Que el amor es uno de los motores del mundo nadie lo puede discutir. Que, al mismo tiempo, ha sido, es y será una de las mayores enfermedades del ser humano y el causante de tremendas desgracias, tampoco. El director Achim von Borries se encarga de demostrarlo en este sólido melodrama de estructura y desarrollo muy similares a los de “Los Soñadores”, de Bernardo Bertolucci.
En efecto, el filme –que recrea unos hechos sucedidos en Berlín en 1927– se centra en tres personajes, los morbosos hermanos Guenther y Hilde Scheller, y Paul Krantz, compañero de clase del primero. A pesar de que sus caracteres no pueden ser más opuestos (Guenther es arrogante, orgulloso y se siente demasiado seguro de sí mismo mientras Paul es introvertido, melancólico y sensible), los dos amigos han fundado lo que ellos llaman el Club de los Suicidas, cuyas reglas no pueden ser más sencillas: el amor es su única razón para morir, y para matar; y juran acabar con sus propias vidas en el momento en que sean incapaces de amar, tras haber matado a los responsables de esa pérdida.
Un tenso fin de semana junto a Hilde y otros personajes (como el ambiguo y bisexual Hans) en la mansión familiar de los Scheller les brindará en bandeja la oportunidad de demostrar si son capaces de llevar sus preceptos hasta el fin.